
Continuando con los impactos del libre comercio encontramos a Uruguay. Un país que en pocos años destinó unas 1500 hectáreas de las tierras más fértiles y productivas de la producción lechera al monocultivo de soja transgénica.
Al respecto, la corporación Syngenta utiliza la frase “el país de la soja no tiene fronteras”. Esta es su mejor manera de ilustrar que este agro-negocio no conoce límites políticos ni geográficos.
Mientras tanto, Héctor Javiel, presidente de los tamberos del departamento uruguayo de Florida aclara que “cada mil hectáreas de soja sembradas generan 3 puestos de trabajo directos, en tanto que para la misma superficie destinada a la lechería, los empleos generados asciende a 25”.
En promedio un productor lechero paga entre 100 y 130 dólares por hectárea arrendada. Mientras que los productores de soja ofrecen hasta 400 dólares la hectárea y presionan a base de dólares ante la mirada estática de las autoridades de gobierno, agregó Javiel.
De esta manera, el cultivo de soja transgénica que se concentraba en sus inicios en la zona limítrofe con Argentina, ahora se ha extendido a muchas otras zonas del país.
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